Podría parecer a primera vista que nuestra querida Mrs. Twister estaba contemplando su lámpara azul cobalto que había comprado hacía décadas en Estambul, pero no. Mrs. Twister estaba muerta en su catre, y mucho. Y como un tempanito. Y el celeste desvaído de su piel no era el reflejo mágico del cristal de aquella lámpara que el sol iluminaba, sino causa y efecto de lo muertísima que estaba ya. Además, como colofón de aquella pose suya final que emulaba fantásticamente el escorzo del Conde Orgaz en su entierro, Mrs. Twister lucía una mueca tintada de humor negro que le taladraba el mentón.
No se preocupó de estar bella para morir, o puede que el veneno elegido cumpliera su cometido demasiado rápido. ¡Ella, la Twister, que lució siempre tan pinturera, más chula que el Ocho, garbosa y estilosa, con sus polvos Myrurgia recién espolvoreados y su carmín a lo putón! ¡Ella, con su vestuario a caballo entre duquesa y condesa, realzado con un ramalazo del quiero y no puedo que siempre la caracterizó! ¡Ella, con su cabello al viento o recogido en un moño bajo! ¡Ella, envidiada y envidiosa; ella, cortejada y ninguneada; ella, con más coces que un aprendiz de establo y más piropeada y choteada que la Reina Madre! Su aspecto semejaba ahora al de una bag lady de la Quinta Avenida, ésas que lo mismo fueron primera vedette, que yuppie en la ONU, que madre de un gay reprimido. Mrs. Twister, para más inri, presentaba millones de arañazos de su minino Phitus, quien se ensañó con ella mientras agonizaba a modo de vendetta y en plato frío. Durante los últimos estertores, el minimo se lamía el lomo, laetus, laetus.
Y de fondo, un unplugged de su profesor de laúd y la voz trémola y sin chicha de su prima la soprano, para terminar de martirizarla, aun estando ya la pobre a las puertas del limbo a un lado y San Pedro al otro saludándola con un pay-pay.
Así se imaginó ella el viaje, y así se le representó.
Amparito, su sobrina castellana, fue su parentela del alma. Sweet Prairie, que era como la rebautizó su tía, se enorgullecía de ser su alma más gemela, sin embargo, esta moza de provincia sí que sabía canalizar el ímpetu, la furia, el deseo y los sueños inalcanzables mejor de su tía quien, como ya sabemos, se ponía hecha un basilisco, bien cuando le hervía la leche, bien cuando no se la nombrara en el Ateneo de la comarca durante el pregón de las ferias de ganado.
Amparito se quedó por un instante medio fiambre cuando se la encontró de aquella guisa, alla maniere del Greco. Como en las mejores películas de serie B, se acercó a su tía, le hizo tres chascarrillos hasta que se percató de que la mueca de la Twister era más propia de un cadáver inconformista y no fruto de su gracia descafeinada de manceba pueblerina.
Amparito no lloró, pues ella sólo lloraba por ella misma y nunca por los demás. Amparito gritó aleluyas en loop hasta que le faltó el aire: ¡Su tía, al fin, había frenado! ¡Ahora todos vivirían más relajados, sin tanto brote colérico por lo que ellos consideraban nimiedades, bagatelas y pataletas de soltera consentida!
La joven se percató de que, entre los huesudos dátiles de la Twister, había un minipergamino perfumado y medieval. Se lo intentó quitar para leerlo, claro está, pero la artrosis galopante de la difunta, unida a su estado catatónico, se lo puso harto difícil. Forcejeó, jaculó, le echó agua hirviendo a ver si así relajaba la extremidad; se subió encima y le estiró tanto la muñeca que se la dobló y de paso le astilló medio esternón. Y al final, lo consiguió. Se tomó una bebida isotónica y se dispuso a leerlo. Phitus, de un brinco cual cervatillo, se sentó en su regazo, suplicando arrumacos de su brand-new mom El gatito pensó que a rey muerto, rey puesto, que por el interés te quiero Andrés y que su bollo estaba, por ahora, lejos del hoyo.
Cuando terminó de leerlo, la boca del estómago de Amparito emanó un sopor sulfuroso que le hizo perder el aliento, la vista y el equilibrio: su tía llamaba a este estado desapacible “remordimiento”, y su sobrina, a su pesar, tuvo que brindar por el acierto postmortem de su pariente.
He aquí el último sentir, pensar y anhelo de Mrs. Twister quien abandonó el planeta con pena y con semigloria:
Chère Mary Nipples:
No quiero que te tomes esta carta como una ristra de reproches. Nada más lejos de mi intención. Si no más bien una enumeración de datos que te has saltado y que yo estimo, pues yo soy la que se va a suicidar en un rato, debo rememorar.
A) Te mudaste. Y lo quisiste compartir. Fui a tu nuevo piso. Me senté en tu sofá nuevo. Contemplé las paredes y hablé con mesura, eligiendo lo mejor que tu nuevo piso me sugería, porque sabía que te haría muy feliz. Y compartí tu momento y yo compartí mi tiempo. Lástima que tú misma provocaras un incendio para cobrar el seguro, pero yo estuve allí, en su inauguración. Innegable tanto tu desquicie como que no fue tu gato el incendiario. Los gatos son más leales que los canes, y si no, ahí tienes a mi Phitus. Él jamás haría ni pipí encima de nadie, por muy desvalido que se encontrara.
B) Te casaste. Y lo quisiste compartir también. Fui a tu ceremonia. Llegué hasta allí. Me senté en primera fila. Contemplé tu vestido y hablé con mesura, eligiendo lo mejor que tu ceremonia me sugería, porque sabía que te haría mucho más feliz. Y compartí tu momento y yo compartí mi tiempo. Lástima que Tristán muriera ahogado en la bañera -aun lo dudo, querida, ya que él era un extraño ser que convulsionaba al contacto con el agua-, pero yo estuve en vuestro enlace y me gasté los cuartos en un regalo de bodas que nunca vi en tu jardín. Si no te gustaban las familias de enanos marmóreos, tendrías que habérmelo advertido o no haberme engañado cuando los viste en casa de mi sobrina Amparito y te entró envidia de ver tanto enano por sus petunias. Ahora me explico porque ella sólo tiene seis de los doce que le regalé. A mi no me engaña cuando me dice que los otros están jugando al un, dos tres, pollito inglés por el resto de la casa…
C) Tu debut. También lo quisiste compartir. Asistí al teatro. Llegué hasta él. Me senté en un palco bien situado y te escuché con mesura, eligiendo mis palabras en tu camerino, porque sé que lo necesitabas. Y compartí tu momento, y yo, de nuevo, compartí mi tiempo. Siento que, en esta ocasión, la crítica no te fuera favorable. A los críticos también hay que alabarles por sus acciones y no mirar para otro lado porque tú consideras que están años luz de tu genio y que jamás te van a alcanzar. Pues ahí lo tienes. Ya te han alcanzado y te han hecho a ti derrapar, y lo sabes. Así que: Fuck off, bitch! Donde las dan, las toman.
D) Probé tu primera tarta, aun habiéndome costado Dios y ayuda que tú te dignaras a probar las mías en su día, las de mis primeras clases de repostería. Me dijiste que las mías te estaban empezando ya a empalagar, cuando la tuya, querida, contenía en su interior más azúcar que un polígono industrial de remolacheras. Aun así, la saboreé. Porque era tu primer postre, aunque eso me supusiera un cólico de un mes y una diarrea perenne. Amparito, como es diábetica, se ha librado siempre tanto de tus postres como de los míos. Sin embargo, es más falsa que Judas: tiene un arsenal de golosinas en el sótano junto a los seis enanos que le faltan en el jardín. Lo descubrí porque la hipnoticé con tus peroratas y lo soltó todo. Aunque lo que dijo de ti, se lo tendrás que sacar tú. Sirva lo siguiente como aperitivo: Por lo pronto, ella dice que eres una actrizucha de carromato de postguerra y que duda de que no seas mujer de cintura para abajo… (Oooops!)
Pero no llores por mi, Mary Nipples, no te voy a molestar más. Esto último que paso a contarte, ha sido el colofón, la guinda de nuestras tartas:
E) Te escribí una postal navideña con todo mi afecto. El soneto me llevó madrugadas enteras. La rima se me ponía rebelde y, a base de probar y borrar, lo conseguí. Releí a Garcilaso y me inspiré en Boscán y en los petrarquistas. Para nada. Tú sólo me dijiste: "Aun no es Navidad, my dear, aun queda un mes, my dear; padeces el síndrome premenstrual de los grandes almacenes, my dear: no tienes paciencia, my dear. Y me escuece tanto, me solivianta tanto, que nunca tengas paciencia, my dear. Oh goodness, you should read Saint Job's adventures and Saint Theresa's diaries! Do not be Saint Sebastian! Why do you love poisoned arrows?"
Y ese ha sido mi último cáliz: tus palabras, Mary Nipples, cuando yo he compartido mi tiempo, he detenido el Tiempo para atenderte y tú no lo has detenido, ni compartido, para leer mi soneto prenavideño, tan sólo porque, según tú, me he adelantado y no he tenido paciencia, ni como poeta, yo, tu amiga del alma que siempre lo he sido, al igual que tú para mi. Y por todo esto que acabas de leer, creo que no te cabe la menor duda que yo, je t'adore, toujours!
Farewell, Mary Nipples, Farewell ! The poison is going to overwhelm my veins!
Amparito cubrió con una colcha hindú a su tía, pestilentes y deformes ambas dos, y marcó el número de teléfono de Mary Nipples.
Phitus, sin que Amparito lo hubiera advertido, había ya miccionado en su regazo. Phitus, un minino vengador tanto o más que una drag despechada.
Mary Nipples levantó el auricular:
- Hi, there!
To be continued…