6.24.2012

"Jardincitos" (©PARADA Y FONDA_splash III)


La singular y afamada Mary Nipples había invitado aquella mañana abrileña a Mrs. Twister a visitar su jardín, un jardín corriente y moliente salpicado por alguna especie floral curiosa. Y dado que a Mrs. Twister le costaba Dios y ayuda rehusar cualquier tipo de invitación -tal vez porque la muy ilusa pensaba que asói los días se le harían más liviano- accedió de buen grado. Mary Nipples la recibió pues con gemidos de jolgorio y aspavientos teatrales. Y Mrs. Twister, mema en estos quehaceres, sucumbió y se sentó dichosa en el porche de aquel jardincito que soñaba a ser jardín. Mientras Mary Nipples relataba y aireaba sus victorias y gestas en el universo floral, Mrs. Twister la observaba sin atreverse a decir que, a fin de cuentas, la invitación no era más que una mera mercancía de halagos y su moneda de cambio la supremacía más devastadora.
'Sus rosas simulan corazones a punto de estallar, mi querida Mary', sentenció Mrs. Twister. 'Pues no sabe cuánto se lo agradezco. ¿Y qué opinión le merecen mis petunias?, lanzó tímidamente Mary Nipples, ya que sabía de antemano que la opinión de Mrs. Twister podría ir a misa. '¿Sus petunias? Vaporosos besos de  infantes'. 'Marvellous. Cómo habla usted. Sin duda, con razón es el bardo más relevante de nuestra comunidad', sentenció de nuevo Mary Nipples a sabiendas de que, cuánta mayor fuera su dosis de halagos, mejor publicitaría Mrs. Nipples su jardín allende los mares. Como resultado, la flora de Mary Nipples podría aspirar a una nominación en la próxima feria de muestras. Aquella fue la primera en la frente: Mary Nipples invitó cien veces más a Mrs. Twister e incluso en la útima cita, la florista tuvo la delicadeza de cortar para ella un jazmín a punto de morir. Mrs. Twister lo recibió como maná y lo iba luciendo en su ojal, con el mismo semblante iluso que aquél día que comentó que las rosas apagadas de su vecina simulaban corazones a punto de estallar.
Un tarde de invierno, de sobremesa plumbea, donde suele asaltar la sensación de cometer una barbaridad, Mrs. Twister se puso manos a la obra, elaboró un pastel de frambuesa -fruto del concienzudo curso de repostería que llevaba entre manos-, y se encaminó saltarina al hogar de Mary Nipples. Daba por sentado que ésta se alegraría de probar su postre, que daría grititos gatunos cuando la viera plantada ante la valla de su jardín con el presente en sus manos. A fin de cuentas nadie, pensó nuestra amiga, se atrevería a rechazar un producto artesanal y menos aún, tan sabroso, gratis y tierno; que la invitaría a sentarse entre sus rosas, petunias y jazmines moribundos; que se daría patadas en el trasero por servirle un té de importación y que charlarían horas sobre el sabor de la frambuesa, la blandura del bizcocho y el logro de haber superado aquel curso de repostería doméstica. Sin embargo, el ánimo de Mrs. Twister estalló en pedazos como las rosas que la observaban; quedó patidifusa, como el jazmín que hoy descansa en una de sus novelas más preciadas: Mary Nipples la recibió en su jardín y, sin abrir la verja, le espetó lo siguiente: 'Qué lástima, Mrs. Twister, no sólamente estoy ahora ocupadísima, sino que también me siento empachada. Y para colmo de males, soy diabética. Debería usted saberlo, o si no, haberlo preguntado. No se puede ir ofreciendo tartas por que sí, sin averiguar antes si el personal las desea o no. Lo suyo no es compartir, querida, sino atiborrar a los demás con sus cositas. Y le diré más: tartas de frambuesa como la suya abundan en el mercado. Una más, y viniendo de una novicia, pasará inadvertida.' 'Yo sólo quería que usted probara mi creación', musitó Mrs. Twister. '¿Su creación? Querida, creación es este jardín, creación es Hamlet, creación es el último sermón de nuestro reverendo. Llevo décadas de mi vida invertidas en este locus amoenus y usted, en lo que al concepto creación se refiere, es una recién llegada', se revolvió la Nipples con una risotada versallesca. 'Yo también llevo mucho tiempo aprendiendo a hacer tartas de frambuesa y se la estoy ofreciendo con mi mayor devoción', remató la Twister. 'Sweetie, no se lo tome usted a mal, pero yo en su lugar me dedicaría a otro menester. A leer en voz alta, por ejemplo. Usted es genial recitando. Tal vez el reverendo le pida que le sustituya cuando él se vaya de picnic. Pero la repostería es una ciencia muy elevada que sólo unos cuantos logran superar, así, que si no le importa, tal vez cuando esté yo menos ocupada y se me pase el empacho, probaré su dulce creación. Y sobre todo, no se olvide de que soy diabética. Ah.Y esto es un consejo: no se dedique a la botánica. Cada una en su jardín. Se ahorrará disgustos, believe me.'
El semblante de Mrs Twister mientras iba de regreso a su cocina con la tarta de frambuesa no necesita ser narrada.

foto ©benjaminlozano