ULTIMOS DIAS DE LA PUTA LIBERTARIA
SALA LA FUNDICION. SEVILLA.
Del 9 al 12 de junio de 2011.
María Alfonso Rosso, Inma Alcántara y Francisco Maldonado.
Dirección: Pedro Casablanc.
Texto de César López Llera. Premio Tirso de Molina 2006.
Coproducción Fundición y Devenir Producciones.
Aforo: Lleno.
EL OCASO DE OTRA INDIGNADA DE SOL.
A María Alfonso Rosso le basta y le sobra con su vozarrón todoterreno, su cuerpo enclenque y su verbigracia sacada de un personaje del Madrid de Max Estrella para llevar la obra de López Llera al escenario. Lo demás, incluso el estético estercolero -tan típico- fruto del Síndrome de Diógenes que padece, también sobra. Debería haber aparecido ella sola, única, como distorsión vagabunda de Madre Coraje, entonando su aria castiza, y, por qué no, con ribetes de corral de vecinos trianero; su aria que arranca con un allegre vivace, traspasa un andante moderato y finiquita con un pianissimo desolador. A la Rosso, insisto, le basta y le sobra con su sátira de corrala, su repertorio políticamente incorrecto que pasa revista por su particular postulado de ideas políticas trasnochadas, su ateísmo religioso, psicóloga de mesa de camilla que nos hace reír, dudar, recapacitar, sobrecogernos y asentir con la cabeza cuando entre procacidades de verdulera de Triana/Lavapiés nos espeta algo así como: “¿Para qué cuentan las guerras? Lo que tienen que hacer es cortarlas”.
La obra nos pone ante el ojo de la cerradura de la casa de Remi (Rosso), exprostituta y libertaria, y nos muestra cómo es el ir y venir de estos seres-zombis que abundan por las aceras y que miramos de reojo y de soslayo, y que en contadas ocasiones nos paramos a pensar qué puede haber dentro de ellos, qué han vivido y si sólo saben recoger basura y beber el resto de las botellas que se encuentran. Remi se configura como algo más. La vieja filosofea y farfulla, gruñe y recita, mientras regala desperdicios. Es quizá por su forma tan sui generis de espolvorear sus doctrinas, que nos las va colando éstas entre bromas y veras amén de sus mandamientos retocados -que bien podrían servir a los indignados de Sol- mientras bebe e invita a café de posguerra en una taza con bandera republicana.
La Rosso arranca con fiereza la anilla de la granada que airea su personaje, y con habano en boca, la agita ante su público durante algo más de una hora a pesar de su cuerpo cada vez más derrotado, de su voz que va dejando de pisar fuerte y de sus barbaridades -incluye un guiño despampanante a los sepultureros de Hamlet: fabuloso golpe de efecto- que se trasmutan en la miseria que perfila su personaje.
El montaje de Casablanc y la interpretación del resto del elenco me hace proyectar un cañón de luz que ilumine a la Rosso. Ella sola, única. Y su aria, que bien podría entonarse en la Puerta del Sol.