El último desayuno de Manuela y Simón
- ... todo se desdibuja... la casa se está... derritien... do... el jardín parece u... una falla y... y... y ahora pasa un-un de... porti... vo... ¡Con esa veloci... dad podría ha... ber matado a alguien...!
- ¿De qué casa habla? ¿Qué coche es ese?
- Está delirando.
... varias frases sobrevuelan mi cabeza mis ideas mis ideas se desinflan y comienzan a revolotear como grandes globos globos grandes mis ideas grandes globos de feria el párrafo expira la agonía se vuelve cada vez más más más más sólida los bronquiolos se estrechan el aire aire más aire ignora los pulmones...
- Idos si queréis. Yo me quedaré con ella una poco más. Pobrecilla...
- ¿Quién ha traído esas flores?
- Más morfina.
... me he bebido dos jarras de cerveza el camarero el camarero no deja de arrastrar sillas de un lado para otro y y y apuesto a que a que a que corre más sangre por esas venas de madera que por las suyas... me vigila misterioso, con aires de policía jubilado... se pensará que soy una fulana más. Se señala el reloj, frunce el ceño y me indica sin palabras que ya son las tres de la madrugada. Le pregunto si está interesado en clases de trompeta. Tengo que sacarle partido a todo lo que sé tocar. Me enseñaron a tocar todo tipo de instrumentos, pero la trompeta es, sin lugar a dudas, el que mejor controlo. Pero él se despide con un gruñido. Me ha vuelto a confundir con una fulana. Un slogan antipático luce en el cenicero. No lo recuerdo. El horario de estos bares castra la belleza de una noche de sábado...
-¿Le va a poner más morfina?
-¿Alguien se puede llevas esas rosas? Me ponen enfermo.
-¿Por qué no las quiere, caballero? Son tan hermosas...
...mi profesora me ha devuelto hoy el cuento absurdo que le escribí. Me lo entrega con sus manos que parecen de una virgen de mentira. Le confieso que la prosa no me tira, porque si las frases tuvieran ojos, sus miradas no apuntarían hacia mí, sino hacia el vacío. Ella me sonríe, como si no le estuviera hablando en su idioma. De repente me acaricia el rostro y yo lo descodifico como el signo de protección de ando buscando. Le digo que con los versos prescindo del impermeable y así quedo empapada por los hechos... los hechos.. esos felinos.. Me gusta eso de los calambres imprevistos que me encadenan al word. Le comento que me fascina sentarme frente a la pantalla azul y verla cuajada de letritas blancas que aclaren la agonía... las letras... esas aves rapaces.. Entonces se limita otra vez a sonreír, mientras el vocerío de las cosas se repliegan dentro de mi cabeza en su protesta por no haber sido sometidas a un relato coherente...las cosas... o las hienas...
-Me parece que ha preguntado dónde estamos.
-Estamos aquí tesoro, contigo...
-Más morfina, por favor...
...lo siento. He vuelto a manchar la sábana. No me riñáis. Me ha venido a la cabeza cómo sus muslos me oprimían el pecho aquel día y cómo aceleraban para llegar a mis tobillos. Un sinfín de caricias preparaban mi piel para recibir los límites de su lengua. Y al final, todo ella, en suave avalancha. Su saliva ya había cubierto mis ingles y coronado su recorrido con mordiscos algo crueles. Cambio de posición y la frialdad de la sábana me ha vuelto a excitar. Je suis desolée. No me riñáis. Tan sólo trato de colorear un sueño normal y corriente. En su defecto, mi pecho, mi vientre y mi sexo... mi perdición... se golpean allegre ma non troppo contra los azulejos de la ducha. Un gemido se escabulle al rozar mis labios contra la cenefa. El sonido del agua camufla el sollozo. Quedo extenuada sin estarlo. Nada más infinito como su peso, abarcándome...
-Caballero, ¿usted la conoce?
-¿Perdón?
-¿Que si la conoce?
... hoy ha llovido como nunca. Asomaos al balcón conmigo. Que alguien me de la mano. Hoy tengo vértigo... Mirad allí. Hoy sí que se pueden ver trocitos de cielo. Su azul no es como el de siempre. ¿Habrán sido las nubes las que han desgastado su esmalte? Parece como si la ciudad hubiera sido castigada por la lluvia. Yo amaba a mi ciudad sin mesura. Ahora la suelo comparar con una prostituta recién levantada, perezosa por emprender su toilette...
-¿Ha muerto?
-Aún no. Pobrecilla. Ni siquiera puede oler esas flores.
... una sinfonía de jazz. Miles Davis. Ahora os llevado a una habitación amarilla, con un cuadro de Modigliani y un balcón inmenso. Brioche. Tetera. Dos tazas sobre una mesa de diseño en el centro. ¿Quién vendrá a merendar? Creo que he olvidado algo crucial: hay una joven lánguida, de pelo largo elegantemente descuidado. Lleva algo de rimel y los labios pintados de color suave. No parece estar maquillada. Lo hace solo para aparentar que esta un poco más viva. Soy yo. La misma que os hablo. Soy Manuela: enchantée de vôtre connaissance... He descorrido la cortina para ver si me sorprende algo el exterior. La vuelvo a correr. El paisaje de siempre se me ha atragantado. Toso. De repente, el dolor punzante en el estómago. Me agacho. Me retuerzo. Mi vestido de gasa se arruga, sus pálidas flores se estropean mientras me revuelvo por la alfombra. Ya huelo el aliento envenenado de las palabras del médico. Tacharán mi propia realidad como si estuviera escrita con faltas de ortografía. La única opción: dejar que todo siga circulando porque ahora el semáforo esta en rojo para mi...
- ¿Hace mucho que la conocía?
- Varios años.
- ¿Qué tipo de relación mantenía con ella?
- ¿Es esto una entrevista de trabajo?
- Enfermera. No tarde.
- ¿Ya he dejado de respirar?
...me quedan tres meses de crédito vital y todavía espero su llamada. Simple infantilismo premortis. El teléfono ha sustituido a mi osito de peluche. Mi antiguo amor, por nombre Simón, ha rehecho su vida. La panza de mi osito de peluche, sin embargo, aun mantiene su panza destripada. Simón lleva conviviendo dos años con una estilizada modelo que lee a Chèjov y que comparte las teorías de Kant. Simón no sabe quienes son ni el uno ni el otro, pero presume de que ella cite a ambos y los suelte como perros de caza cuando sus conversaciones se olvidan del climax. Ahora todo el mundo le dice, muchacho, que lujo, cuanto debes disfrutar con ella. Y el asiente, mientras algo pestilente en el estomago le impide alimentarse en condiciones. No sera tan mortífero para sus células como lo es para las mías. Está inmunizado. Las ondas marchitas de ese olor le recordaran que ni Chéjov ni Kant saben de amaneceres, ni de ríos anchos, ni de estampidas por las calles de siempre hacia lugares de nunca. La bella modelo se arqueará cuando el la recorra y sera igualmente despreciado cuando consiga rematar la faena. La modelo se dará la vuelta y dejara a Simón con el silencio como única compañía. Simón se topara con una espalda que parecerá estar siempre recién estrenada y añorara el calor eterno de la anterior, de la mía...
-Lástima de flores...
-Parece que... no... no he dicho nada...
... en una de sus múltiples cenas y antes del postre, la modelo estilizada reposara su fémur sobre los muslos de Simón. El sentirá placer, aunque no descanso, porque sabe que con ella todo tiene un precio. Una amiga mía que estaba cenando en una mesa cercana a la de ellos me contó que Simón se levantó de repente y que se excuso ante sus invitados de la forma mas torpe. Dice que en su trayecto hacia el baño se desvió para buscar un teléfono. Apuesto a que tras haber echado la moneda habría observado esa ranura como si por se estuviera escurriendo el ultimo suspiro de la Tierra. Mi amiga me había narrado estos actos y yo me limite a vestirlos con actitudes... las actitudes... nuestra perdición... Con solo cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás, me imagino a Simón marcando el numero de Manuela, que soy yo, la joven moribunda que prefiere seguir revolcándose sobre la alfombra, abrigada por la rabia y algo del malestar propio de una novela rosa...
- Lo más probable es que que ocurra de madrugada.
- Siempre nos mantiene intrigados.
- Usted debe ser aquel amigo de Manuela. Simón, si no me equivoco...
- Pues si...
- ¿Les apetece un café? La noche será larga.
- No, gracias. No soporto el café.
... algo se esta abriendo paso a codazo limpio por mi memoria: me llama por mi nombre y me ruega si puede permanecer a mi lado. Es el recuerdo del ultimo desayuno con Simón, el mentiroso más bello del mundo.
Hubo de todo: placer, sudor y tristeza; arrepentimiento, entrega y vuelta a empezar. Al final, y tras sentir su respiración de bello durmiente buscando Dios sabe que por mi cuello, me gire y alargue mi mano para sembrar caricias que no tuvieran fin. Yo no soy como su modelo; soy incapaz de abandonarlo al silencio de una habitación vanguardista. Pero tampoco tuve éxito. Simón estaba entretenido con la lampara del techo al tiempo que yo recorría mas perdida que nunca las arrugas de mis sabanas, cayéndome por sus claroscuros, atormentada por no encontrar el limite de mi propia cama para resbalarme y salir pitando. Si la luz del telediario había vestido los músculos de Simón de gris perla, a mi me había grabado una ruta en la frente. Asi que abri el cajón de la mesita de noche, cogí un puñado de palabras y me encargué yo solita del epilogo de mi historia de amor:
M.- No puedes seguir mintiéndome. Esta vez te dejo para siempre.
S. - Sal de la cama y vístete, Manuela. No son hora de escenas.
M.- Escúchame, Simón.
S.- Luego. Ahora voy a ducharme.
M.- Esta bien. Luego haz las maletas.
S.- ¿Me llevo los cuadros?
M.- Ya quedaremos para el reparto. No quiero perderlo todo.
S.- Me iré. No te preocupes. No tendrás que repetírmelo dos veces. Estaba dispuesto a hacerlo antes de que abrieras la boca.
M.- Para mi el cuadro de Modigliani.
S.- ¿Compraste mantequilla sin sal?
M.- Siento haber enfermado...
S.-Y a te lo dije en su momento: tu enfermedad solo ha adelantado el final.
M.- Simón...
S.- No me entretengas. Tengo mucha prisa.
M.- ¡SIMÓN!
S.- ¿QUÉ?
M.- La mantequilla sin sal esta en la puerta del frigorífico.
Se vistió y se fue para la cocina sin rechistar, hambriento y confiado. Al momento me levante de la cama y di tres pasos rumbo al baño: en el primero, lo insulte en silencio; en el segundo, pensé en dejarlo escapar, y en el tercero, me juraba una y otra vez que buscaría una voz que no tuviera horarios ni para risas ni para llantinas. Como una heroína mediocre, me susurre que sus manos no me atraparían nunca jamas. El me miro y me llamo desquiciada. Su sonrisa reto a mis labios y gracias a Dios que cerré la puerta del baño sin demostrarle nada porque sino... Mi boca no escupía nada; mis manos, fallidas, y mi piel manoseada exigiendo explicaciones. Y yo callándolas con fugaces caricias de jabón. Y sonaba Miles Davis...
-Simón, ¿se encuentra bien?
-Si. Sólo calor.
...sonrieme, por favor. Vuelve a ser el niño de antes, Simón mío. Búscate para mi. No sabes cuanto echo en falta las caricias de hace unos meses. Abrázame, con besos que aprieten y un corazón que asfixie de puro gusto. ¿Qué haces ahora? Mordisqueando la tostada, seguro, y llenándote de mantequilla el labio superior. ¿Por que no cambias el color de ese café por el de mis ojos en peligro? Endúlzame el aliento con esos terrones de azúcar, bésare con la ternura con la que untas el pan, porque mi espalda también desea cubrirse por algo suave, sabroso y salado, como por ejemplo, tu pecho. Traga mis palabras con el mismo ansia con la que te engulles el pan recién hecho. Yo podría colmarte y tu podrías calmarme. Sonrieme, anda, antes de concluir este desayuno ordinario y a distancia tras haber salido airosos los dos de un simulacro de amor. Un presentador de circo lo acaba de hacer publico: ¡Pasen y vean1 ¡El último desayuno de Manuela y Simón! Por eso te ruego que me dediques una mirada sin trascendencia. Deja de excitarte acariciando telepáticamente el cuello de la presentadora del telediario. El mio esta tan solo a medio metro y aguarda impaciente que le demuestres algo de dignidad. Apúrame igual que apuras ese café, sin violencia, como se si tratara del ultimo de tu vida. Así me gustaría que me tomaras a mi, con la inminente destrucción del planeta en tu pensamiento. Pero vas y te levantas de la mesa, callado y altivo. Ni siquiera te has molestado en dejar la taza en el fregadero, o en recoger las migajas de mi alma. Estoy harta de meditar en verso en tu honor, hastiada de prometerme a mi misma una y no más Santo Tomás. No importa. Márchate o llegaras tarde. Comienza tu jornada laboral que yo me quedo aquí, celosa perdida, estrangulando a la presentadora del telediario y con un interior de mosaico pisoteado. Cojo tu taza y voy lamiendo el borde manchado de café aun templado. Eso escuece mas y mejor. Y mas a mi, que tengo la autoestima caducada.
Termino la tostada, apago el tv y escucho como bajas las escaleras. Si te resbalases y te partieses la crisma, no seria yo quien se levantara presa del pánico para ir en tu ayuda, me bebería muy pausadamente la zurrapa del café al tiempo que me imaginaria tu cabeza convertida en un puzzle de vísceras tan repugnantes como tu. Sonreiría, imitando tu sonrisa nunca hallada. Y cuando llegasen los de la ambulancia me gritarían: ¡Necrofila! Me daría igual. Me dejaría arrestar sin decir esta boca es mía.
Pero solo oigo como te vas volando en tu deportivo, mi dulce pájaro de juventud. Y mi fantasía también se aleja y me dice adiós con su manita rosa.
- ¿Ya?
- Sí.
- Llévense esas rosas cuando puedan.
- Cójalas, Simón. Seguro que le gustara llevárselas de recuerdo.
...eres un encanto, Simón. Ha sido todo un detalle haber estado presente en mi ultima hora. Ya te puedes ir a casa en tu nuevo deportivo. Tu estilizada modelo te estará esperando. Acabo de comprobar que ya terminado de leerse "La gaviota" donde ha descubierto algo muy interesante sobre ti.
Sólo un último favor: no le regales mis rosas...