He aquí un notable y loable ejemplo de cuando el crítico teatral debe ser guía, consejero así como haber llevado a cabo tanto la dirección teatral -en mayor o menor medida- y la experiencia de haber interpretado sobre las tablas. Lo demás: bagatelas.
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/08/13/actualidad/1344891037_738448.html
Porque al asistir a una representación, el crítico debe mostrar una actitud relajada, donde impere, por encima de todo, la curiosidad; atisbar dónde reside el supuesto reto de la obra en cuestión, situarse en el nivel correspondiente, es decir, en el patio de butacas, no en las alturas como señor todopoderoso. El éxito de la crítica resultante habrá de basarse en el aprendizaje, la tolerancia y el ser capaz de despertar la motivación mínima al lector para que acuda y pueda éste por sí mismo elaborar un juicio propio. Creerse director o intérprete en potencia una vez finalizado el proceso creativo ajeno no es el rol de un crítico, más bien la documentación previa y haber dotado a su artículo de consistencia palpable huyendo de lo somero, pues este es el camino más fácil. Si alguna vez por mi parte he podido incumplir algunos de mis propios mandamientos, para eso está el Tiempo y enmendarlos.
La última palabra, el público asistente. Nosotros los críticos, a lo sumo, manuales efímeros de información, o la señal de tráfico que, antes de un túnel, aconseja encender las luces...