en breve, mi crítica al completo donde siempre, en http://www.masteatro.com/
un adelanto:
"... Tomaré como testigo mis propias palabras, las que usé ayer para hablar de Rafael Alvarez El Brujo y les daré hoy y ahora género femenino para comenzar esta opinión: Espert: actriz y verbum.
Ambos, cada uno en su cuerda, entonan el himno a la Palabra, y la audiencia, ensimismada, sigue y persigue lo que la Palabra descubre, encubre o bombardea. Ayer, en el Teatro Quintero, relajación en la butaca; hoy, en el Teatro Lope de Vega, agazapados por lo que pueda pasar. El terror se aproxima invitado por la Espert y ésta, tan sólo escudada por el legado del bardo anglosajón -alto signo viviente- nos regala este cuento gótico antes de dormir. Si ayer el laberinto del monólogo de El Brujo nos sorprendía con chanzas e ingenio, hoy la escena es una presa a punto de estallar. La Espert, en una multiplicidad de egos y ánimas, se empeña en tapar la grieta, se esfuerza por prevenir lo irreparable; nos acucia con el verso, nos anima a que entre todos retardemos la truculencia de Tarquino quien, despechado por haber sido necio e incrédulo, viola a Lucrecia para después darse caducos golpes de pecho. Un alto en la odisea: oímos el ultraje, sentimos cómo la dama es mancillada, aunque sólo los alaridos, los empujes de dos bestias, una herida, ella, y un hiriente, él, anegando la sala. La Espert tensa el arco aún más. Ella misma, experta arquera, se encarga de escenificar duelo, lamento, moral y muerte.
Los diálogos agresivos se vuelven una absoluta reivindicación. La actriz se sumerge en un postulado en defensa de Lucrecia. Se desgañita, esgrima, exuda poesía; a veces la naturaliza -con esmero siempre- a veces esa palabra-daga haría daño al propio Shakespeare quien aplaudiría de puro gozo: sólo autor y actriz se comprenderían en este misticismo… ".
Ambos, cada uno en su cuerda, entonan el himno a la Palabra, y la audiencia, ensimismada, sigue y persigue lo que la Palabra descubre, encubre o bombardea. Ayer, en el Teatro Quintero, relajación en la butaca; hoy, en el Teatro Lope de Vega, agazapados por lo que pueda pasar. El terror se aproxima invitado por la Espert y ésta, tan sólo escudada por el legado del bardo anglosajón -alto signo viviente- nos regala este cuento gótico antes de dormir. Si ayer el laberinto del monólogo de El Brujo nos sorprendía con chanzas e ingenio, hoy la escena es una presa a punto de estallar. La Espert, en una multiplicidad de egos y ánimas, se empeña en tapar la grieta, se esfuerza por prevenir lo irreparable; nos acucia con el verso, nos anima a que entre todos retardemos la truculencia de Tarquino quien, despechado por haber sido necio e incrédulo, viola a Lucrecia para después darse caducos golpes de pecho. Un alto en la odisea: oímos el ultraje, sentimos cómo la dama es mancillada, aunque sólo los alaridos, los empujes de dos bestias, una herida, ella, y un hiriente, él, anegando la sala. La Espert tensa el arco aún más. Ella misma, experta arquera, se encarga de escenificar duelo, lamento, moral y muerte.
Los diálogos agresivos se vuelven una absoluta reivindicación. La actriz se sumerge en un postulado en defensa de Lucrecia. Se desgañita, esgrima, exuda poesía; a veces la naturaliza -con esmero siempre- a veces esa palabra-daga haría daño al propio Shakespeare quien aplaudiría de puro gozo: sólo autor y actriz se comprenderían en este misticismo… ".