Creo en lo que siento. Y punto. Creo en tu abrazo de madrugada sin importar las temperaturas. Creo en tu forma de llamarme cuando todavía no conoces ni el lenguaje ni sabes por tu edad de qué va este mundo. Creo cuando me llamas maestro día a día cuando todavía lo estoy aprendiendo. Creo cuando representas a uno de mis personajes y memorizas mis palabras sin nada a cambio. Creo cuando te has ido y cuando no has vuelto; cuando me has silenciado, cuando no me has creído. También me lo he creído, con todas sus/tus consecuencias. Creo en lo que siento. Y punto. Y si mi velocidad te inquieta, ésta es la propia de un crucero. Y hay océanos para todos. Porque creo en lo que siento. Y punto.