7.16.2014

©Arresto y fin de una reina: Últimos días de Juana la Loca_ (todos los derechos reservados)

 

Empezaré a colgar de cuando en cuando fragmentos de esta obra mía, con un tema más visto que el TBO. Fue el encargo hace algunos años de un malnacido titiritero a cargo -no sé ya, ojalá no- de un teatro de la provincia. Este santo varón se puso en contacto conmigo, me colmó de halagos, etc, etc, cuando yo colaboraba como crítico teatral para la web www.masteatro.com - esa época "gloriosa" mía cuando todo eran requiebros y peticiones y mucha, mucha mermelada... - y me hizo tal encargo. Y confié. Y me puse a trabajar y a investigar, sobre todo en cómo abordar dramatúrgicamente hablando, este tema desde otro prisma. A la hora de entregarla en el plazo que él mismo estimó y que yo cumplí, lo de siempre, no aparecía, y cuando apareció, no había dinero... Un gran actor de Sevilla me aconsejó: Carlos, por ese dinero, ni te preocupes. No vale la pena. Mejor algún día la montas tú. Eso sí: denuncia y que todos los que nos dedicamos a esto sepamos quién paga y quién no.
Hay pruebas y algún día verán la luz. A los Tartufos hay que desenmascararlos, tengamos éxito o no.


Luz.
JUANA.- Pensasteis que yo quedaría en paz tras estos muros, tras estas lindes. Pensasteis que el apartamiento limaría las cuatro aristas de mi corazón. Pero el estar tan lejos y tan cerca, no ha supuesto sino mayor dolor al tener que soportar esta corona de hidras, pues ni amar me permiten, ni me permito reinar.
(Acaricia el guante) Imaginar tu figura, marido, es como ver representado mi reino: almas en celo, tapiz de escarcha, reinado de oro sobre nidos de culebras.
(Poniéndose el guante) Y tú, extranjero, a quien fui enviada, preciado regalo yo, cuerpo embalsamado que entonces era el mío… Cuando comencé a notar la mudanza de tus actos, muda quedé, y mudo quedaste tú. Las lenguas se confundieron mas no dentro de nosotros, gallardo y tirano Felipe, príncipe o destrucción, hombre o ambición, que lo mismo es, sino en el vacío de mi lecho. Pausa

Pensé que podía yo hallar sosiego tras estos muros, tras estas lindes… Y hasta los fantasmas se me antojan más amables, más hidalgos, otros incluso con más linaje que las ratas que me envía mi padre, nuestro señor, que Dios le bendiga… ¿Y tú, madre? Tú no me envías monstruos, no, porque tú ya te muestras sin compañía de esta guisa.