me interesa mucho escribir sobre esa pereza -esto no es más que un borrón..., aquélla que nos doblega hasta alcanzar la posición de un feto débil para no ejercer el más mínimo movimiento hacia quienes lo necesitan.
nos estamos acostumbrando a no saludar, y si lo hacemos, ha de ser fugaz y tímidamente. nos estamos conformando con visitas anuales entre unos y otros; trimestrales si acaso, y con suerte, semanales, y si no nos sale el pastel como lo ideamos, pataleamos, refunfuñamos y prorrogamos el próximo encuentro, a veces, hasta nunca. ahora todo debe salir bien. no estamos preparados ni para la siembra, ni para la espera y mucho menos, para la recolección. todo debe ser instantáneo. y olvidamos que a las nubes las empuja el viento, y no nosotros.
de que servirá todo este ir y venir de contactos de humo, me pregunto, cuando la dolencia de amor no se cura si no es con la presencia y la figura, como sentenció el santo.
nos entretenemos más con quehaceres nada prácticos, con tecleos conformistas, con intercambios a corto plazo, baldíos, y descuidamos a los seres que siempre estuvieron más cercanos o que, al menos, lo pretendieron.
lampamos por lo nuevo, mataríamos por lo novísimo y arrinconamos lo antiguo, lo que ya nos conoce por dentro y por fuera, por aquéllo para seguir viviendo -aunque cueste- con menos responsabilidades. Porque lo nuevo, mientras descubre dónde está el sótano, nos entretiene, y hoy en día sólo aspiramos, al parecer, a que el espectáculo continúe, con prisas, sin frenos y siempre, siempre lo nuevo a la cabeza.