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Segunda parada y posta en el FEST. Esta vez el topo localizado sobre la gran explanada del Monasterio de Santa María de las Cuevas, en el antiguo recinto de la Expo 92. Sobre césped y con la fachada del monasterio al fondo, la maquinaría de cuerdas y poleas, el misterioso juguete renacentista del artista Marc van Vliet nos alecciona sobre la Avaricia.
Rodeando al artefactum, nosotros, el público/los mortales, sentados en sencillas baldas de madera dispuestos a presenciar un enigma con la actitud de un niño; una incógnita intrigante que se va desenredando como las múltiples sogas que engalanan a dicho artefactum para contarnos algo aparentemente naive, pero tan justo y necesario como que no somos dueños de nada, que nada de lo que poseemos es transportable cuando nos despedimos para siempre; que pensamos que todo lo que podemos tocar es posesión nuestra y absoluta; que el disfrute puede ser perpetuo, que la relajación mientras permanecemos tumbados, el calor que nos proporciona el fuego puede ser, sino eterno, al menos duradero mientras nosotros, los que nos creemos infalibles, genuinos, gigantes, merecedores y hacedores, lo deseemos u ordenemos. No obstante, si nos sentamos sobre las sencillas baldas de madera, a modo del circo aislado que dispone Theater Tuig, si nos dejamos embaucar por los acordes electrónicos acertados, si ponemos un mínimo de atención en su coordinada, exacta actividad escénica, en lo doméstico, en lo cotidiano transmutado en síntesis de lo superfluo, podríamos aprender que los hilos que nos mueven, aunque queramos pensar que nosotros somos los artífices, penden de unas Manos superiores, y, que si se nos ocurre ofender a esas Manos, si le alzamos la voz a algún dios del Olimpo por muy ridículo que éste nos parezca, él sabrá muy bien qué hacer con nuestras vidas, igual de eficaz que Marc van Vliet lo sabe hacer con su audiencia, con nosotros, con los mortales.
Segunda parada en el FEST. Segunda satisfacción. Welcome to Elsinor o bienvenidos a Sevilla.