En la esmerada web de esta compañía,
www.projectsinmovement.com, la sinopsis de esta representación que tuve la fortuna de ver ayer comienza igual que ésta: Un hombre camina encima de un muro y remata con a un lado el viaje exterior, a otro el espacio firme. La pregunta que nos arroja es la siguiente: Un acontecimiento tiene tantas caras como espectadores, ¿cuál es tu punto de vista? Sharon Fridman, direccción artística y con proyectos para el Suzanne Dellal Center, nos sitúa ante su creación con el amplio margen de la interpretación más libre, y, por ello, más íntima.
Mi punto de vista, de golpe, ahí va: Angustia. Porque recibo tal vez la desazón que emanan los bailarines Bazi, Ramirez-Stabivo y el propio creador. Indivisibles en sus piruetas, Al menos dos caras me lleva a pensar en la necesidad de contar con el apoyo del Otro, que la carga debe ser compartida, y con el peso de ésta, adosado, la segunda piel: el sufrimiento. Con su escenografía desplegable e “iluminada”, los bailarines parecen atravesarla con la misma facilidad que ésta parece encerrarlos. Una mirada voyeur de un tercero en discordia, va materializándose hasta formar parte de lo que antes sólo parecía territorio de dos. Una ventana de dentro hacia fuera o viceversa. Las espaldas de los bailarines se retuercen en aras de la necesidad por el contacto de ambas; los dedos se desplazan elásticamente sobre ambos cuerpos; golpes contra el suelo contrastan con lo etéreo de momentos tales como el recorrido a pie por los tejados de los muros. Es vertiginoso, fugaz, puede que agotador, recorrer los sublimes espasmos de la coreografía en determinados instantes, de ahí que me llegue -tal y como me lo preguntan en la sinopsis- a un estado de angustia.
Con Al menos dos caras, me surgen dudas con barnices existenciales: ¿Quién mira a quíén? ¿Quién tiende la mano a quién? ¿Quién sueña a quién y con quién? ¿Quién necesita ayuda? ¿Quién nos sostiene? ¿Y a quién sostenemos? ¿Contamos con esta fuerza o nos la da realmente el Otro?
La reciprocidad y la entrega se me antojan como solución convertida en danza, en espirales de movimientos que empieza en un muro y termina, milagrosamente, en un hombre mirándonos -aquél que siempre observa, desde una ventana.