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EL AULLIDO
Celda.
Un joven que se limita a escribir, oir, ver y callar.
Un hombre de unos 70 años que dicta, habla, lee, sueña, recuerda y piensa.
DICTA: En este ala hay más luz...
pausa breve
HABLA: No, no, sin hache, por favor...
pausa breve
HABLA: Eso es. ... En este ala hay más... Tacha luz... Sí, táchala... La vamos a cambiar por... por luminosidad...
Sí, eso es. Cambiemos luz por luminosidad. Sonará mejor. Sí, hombre, no me mires asi. Esta otra palabra añade una dimensión distinta. Da igual. Yo me entiendo. Déjame ver lo que llevo escrito hasta ahora.
LEE: ...Ya no reconozco mis propias manos y se me ha vuelto a olvidar el sol. He dejado de pintar nubes en el techo. A lo mejor así aparece.
Aún no sé qué delito cometi. Ya sé que te lo cuento en cada carta, pero te lo repito para que los falsos testimonios no acaben conmigo. También te quiero recordar siempre que cuando desperté, la encontré junto a mí, desnuda y sin aire. Recuerdo y quiero que recuerdes que tú, hijo, le cerraste los ojos y que la dejaste allí, como a una muñeca rota.
RECUERDA: A la semana siguiente, un señor muy flaco y con voz de dibujo animado mentía por mí, mientras otro muy gordo y con voz de animal gritaba la verdad en mi nombre, como un descamisado.
SUEÑA: Una joven con cara de ángel, como la tuya, me trajo hasta aquí en una carroza tirada por dos caballos rubios y con alas. Y con tal de que llegáramos a la hora prevista, el bosque se abrió en dos como el mar ante Moisés. Mi amigo el astronauta me iba contando que, desde la luna, aquella carroza era como una antorcha finísima en un cuarto oscuro. La joven con cara de ángel me prometió que al final de la travesía, Dios me recibiría aquí con los brazos abiertos. Pero fue un murciélago diminuto quien me dio la bienvenida.
RECUERDA: Sonidos de llaves, sonidos de zapatos, sonidos de metales contra metales, sonidos de agua fría contra mi espalda, sonidos de mi cuerpo contra los azulejos, sonidos de platos contra el suelo, sonidos de un no tras otro, sonidos de un si tras otro que sólo era un no peor que los anteriores; sonidos de ella preguntándome por qué yo no hice nada, por qué me quedé dormido; sonidos o más bien lamentos para terminar en un largo, eterno aullido. El mismo aullido que sigue abrazado a mi cuello día tras día, como ella...
LEE: ... Quiero que sepas que sólo alcanzo a recordarlo todo de manera muy turbia. Hijo, tú le cerraste los ojos y yo sentí frio...
RECUERDA: Me dijiste al oido, gracias papá, te debo un favor. Y yo te miré, como siempre había mirado tu cara de ángel, y tú me respondiste: hay días en los que estoy al límite, papá. Hay días en los que mis manos no me obedecen. Hay días en los que respondo así y tú lo sabes. Que me da igual que se llame madre o padre, que sea humano o animal. Son mis manos las que mandan porque es el aullido y no yo quien les da la orden.
HABLA: Y se hizo la oscuridad...
PIENSA: ... la ardiente oscuridad.
LEE: ... Pero, ¿sabes qué? En esta ala hay más luminosidad...
RECUERDA: Cuando te señalé delante de todos, el señor que mentía por mí se quedó sin aliento. A la salida, me tomó del brazo con violencia y me dijo: ¿no se da cuenta, imbécil? ¿No se da cuenta de que lo ha echado todo a perder?
HABLA: Chaval, ¿sabías que el rencor de los hijos te persigue como la peor de las epidemias? Sí, ya sé que a ti esto no te importa en lo más mínimo. Tú sólo has venido a escribir y a cobrar.
LEE: ... Cuando te señalé, yo sabía que aquélla sería la última mirada de un hijo a su padre ...
PIENSA: Que no es peor que la última mirada de una madre a su hijo cuando éste la deja sin aire, desnuda y como a una muñeca rota en los brazos de su padre.
pausa breve
DICTA: ... Ahora todos me llaman Don Abraham. No sé de dónde se habrán sacado el don y por qué ese nombre. Me da lo mismo. Aquí los nombres no sirven para mucho. Los números son más eficaces. Casi todas las preguntas empiezan por ¿cuánto te queda? Me gustaría recuperar la firmeza en mis dedos para poder escribirte yo mismo. Dicen que con el tiempo, sino se cura, se aliviará ... Y tú, ¿estás más aliviado, hijo? Porque yo no.
PIENSA: También me dicen que poco a poco el aullido se irá alejando de mi cuello para dejar paso a la voz de ella que se irá colando cada vez más hasta que me pare el corazón un día de éstos. Y cuando ese día llegue, seremos ella y yo los aullidos que tú sientas en el cuello día tras día.
HABLA: Gracias, chaval. Debes mejorar la ortografia, ¿de acuerdo? Pero no te preocupes, que tenemos todo el tiempo del mundo. Yo te ayudaré.
Una sirena. Voces. Sonidos de metales contra metales. Y aullidos.